Desde el lanzamiento de su primera entrega hace dos años, Assassin’s Creed se ha visto enfilado siempre en el ojo del huracán, ya sea envuelto en polémicas de notas supuestamente tergiversadas, o por la extraña y sospechosa inclinación a ser más exigente con él que con ningún otro juego de la presente generación. Los porqués los desconozco, o quizá sí los conozca pero, realmente, tampoco importa a estas alturas.
Lo que tengo claro es que el primer Assassin’s impresionó con su aspecto gráfico y su ambicioso planteamiento, naufragando jugablemente a las pocas horas de aventura, en cuanto nos dábamos cuenta de que bastaba con seguir el mismo patrón, una y otra vez, encarnando a Altair, e intentando que pasara rápido el tiempo cuando Desmond salía a escena en las insulsas fases del laboratorio. Y bien, tras jugar un buen puñado de horas a la segunda parte, no dudo en afirmar que Ubisoft se ha currado bastante el tema jugable, manteniendo su potencia visual aunque haya perdido el factor sorpresa; eso sí, seguiremos soportando horribles pasajes manejando a Desmond. Hay cosas que nunca cambian.