Cuando de pequeño uno caía enfermo, servidor disfrutaba con la ventaja que suponía el perderse el correspondiente día de colegio, como todo hijo de vecino, pero aún mejor era todo el tiempo del que disponíamos para jugar al ordenador y no salir del cuarto en todo el día, con la excusa de que no fuéramos a ponernos más malitos todavía.
El pasado lunes, Sony presentó en la sala multimedia de Fnac Sevilla, uno de los grandes pelotazos que tiene programado lanzar este año. Yo soy defensor a ultranza de la anterior entrega de Killzone, me sigue pareciendo el mejor FPS de la presente generación y toda una demostración de la potencia de Playstation 3.
Competir contra World of Warcraft debe ser algo parecido a intentar superar al F.C. Barcelona actual, y conste que cito esta metáfora muy a mi pesar. El caso es que cualquier juego online de los llamados persistentes debe estrujarse los sesos e invocar a la más inspirada creatividad para atraer al público objetivo, enganchado irremisiblemente a Azeroth, universo invencible y resistente incluso a cataclismos.
En el año 1990, la Edad de Oro del Software Español iba dando sus últimos coletazos, la entrada de los diecisiéis bits fue cercenando una a una las cabezas visibles de las mejores compañías desarrolladoras de software patrio, Topo Soft entre ellas. Sin embargo, aún había tiempo para que encontrásemos joyas tan relucientes como este Mad Mix 2.
En los albores de la década de los noventa, el llamado Cerebro de la Bestia desembarcó en nuestro país con gran expectación; la consola de 16 bits de Nintendo, con el irrepetible Super Mario World por bandera, vino acompañada con un buen puñado de juegos de lanzamiento, entre ellos dos cartuchos deportivos que lograron calar muy hondo entre el público, y a su vez, lograban presentar en sociedad una de las grandes señas de identidad de este sistema: el Modo 7.