Lo mejor de la última iteración que nos ha llegado de la saga de los capuchas asesinos radica en sus sensaciones, que siempre nos dejan un poso de disfrute y entretenimiento, más allá de la sempiterna aglutinación de tareas por hacer, objetos que recolectar, secretos que descubrir y kilómetros de oceános por explorar, tanto al timón de nuestro galeón pirata como a través de las profundidades marinas. Es difícil explicar cómo o porqué, pero lo consigue a pesar de que los fundamentos de la jugabilidad vuelven a ser los mismos que hemos visto año tras año desde que Altair saliera por primera vez al terreno de juego. A esto, indudablemente, hay que darle un enorme mérito.
Review Assassin’s Creed IV: Me llamo Edward Kenway, y quiero ser un pirata
Aún así, partiendo de esta conclusión se puede realizar una retrospectiva y hallar algunas pistas que nos lleven a concluir que estamos ante al Assassin’s más redondo de todos los vistos hasta ahora. Una parte que se antojaba totalmente inevitable era la caza y captura de la mayor parte de bugs que vimos en el previo Assassins Creed III. La proliferación de Youtubers pugnando en encarnizada batalla por colgar el vídeo con la situación más rocambolesca posible haría saltar las alarmas de Ubisoft, encargando al equipo de Montreal un completo pulido de tales errores; siguen existiendo, pero su ocurrencia es mucho más baja.
Como es costumbre en los últimos títulos de la saga, y en respuesta a aquellas críticas -ahora remotas- que recibiese el primer Assassin’s debido a la escasez de variedad en sus misiones, se sigue optando por bombardear al jugador de tareas, encargos, recolecciones y otras decenas de formas de matar el tiempo, las cuales a veces se entremezclan y solapan, abrumando a Edward Kenway, que por momentos no sabe si es pirata, asesino, templario de tapadillo, buscavidas o recolector de objetos de coleccionismo con los que podría montar un mercadillo en La Habana.
Aún así, es cierto que todas las tareas parecen tener cierto sentido en el contexto en el que nos movemos; el Caribe del siglo XVIII, en el que los piratas hacían su agosto, y en medio de la confrontación entre españoles e ingleses, parece un hábitat perfecto para desarrollar toda la parafernalia que conlleva todo Assassin’s Creed que se precie. La ambientación no falla, los fuertes españoles y las pirámides mayas sobresalen en escenarios muy detallados, y los cantes flamenquitos de los antepasados de Camarón en las tabernas de La Habana me llegaron al alma.
El argumento utilizado no nos resultará nada del otro mundo, siguiendo los cánones de intercalar ubicaciones y personajes reales con la trama de los templarios y su búsqueda de los vestigios de la primera civilización; el personaje principal, por su parte (abuelo de Connor), tampoco será un dechado de carisma, pero esto más bien es consecuencia de la agilidad con la que se ha querido imprimir al desarrollo de lo que acontece en el juego. Y se agradece: el recuerdo del inacabable tutorial-prólogo-quiero-empezar-a-jugar-de-una-vez de la entrega previa aún perduraba, desapareciendo por completo en esta ocasión: Ubisoft Montreal aprende de sus errores.
Como era de esperar, la relevancia de la navegación y combate a bordo de nuestro navío Jackdaw se ha maximizado. Y funciona: manejar el barco es tan fácil como conducir un coche de choque -olvidad influencia de rachas de viento y otras zarandajas-, los tripulantes se saben buenas canciones dignas de lobos de mar -y podrán aprender más con el tiempo-, y tanto los abordajes a otros navíos como el asalto a los fuertes se convierte en la parte más disfrutable del juego, todo desplegado en un esfuerzo visual que parece exprimir la energía de nuestras castigadas Xbox 360 y Playstation 3. Un esfuerzo inversamente proporcional a la necesidad de disponer de las versiones para One o PS4. Cosas de la transición.
Otro buen guiño que nos hacen los desarrolladores para amenizar el desarrollo de la acción reside en la mejora de nuestras armas y, sobre todo, del Jackdaw. Parece obvio que nos resultará entretenido hacer evolucionar un barco -y su cuadrilla de bucaneros- que posteriormente manejaremos en batallas navales, mucho más que ese proyecto de «simulador de construcción» que teníamos presente en otras entregas. Y hablando de guiños, ya que no tenemos un Desmond que nos de por saco, Ubisoft ha montado un simpático meta-homenaje en la historia paralela del presente, en la que haremos de tester de videojuegos en cierta compañía que saca rentabilidad a las historias del Animus. A buen seguro que Ubisoft, la de verdad, se hartará de vender esta entrega, y con merecimiento.
Sin embargo, no todo son halagos. Pensándolo fríamente, y por mucho que hayamos disfrutado la experiencia, hay muchos aspectos que piden a gritos una renovación. Si bien se han mejorado acciones como el sigilo y las coberturas, el combate podría ser un ejemplo claro de esta petición de refresco, ya que sigue siendo tan simple como pulsar el botón de contraataque mientras que los malos se ponen en cola para atacar. El multijugador sigue sin tener ni una décima parte del interés que el modo principal. Y es que, en líneas generales, me parece complicado explotar más el patrón base jugable, y qué mejor oportunidad que una nueva generación para que el próximo Assassin’s nos sorprenda a base de bien. El talento lo han demostrado de sobra. Toca darle una buena vuelta de rosca a la creatividad.
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