Calificaría de temeraria la forma de presentarnos la última iteración de Assassin’s Creed por parte de Ubisoft. Si lo habéis probado, en poco más de media hora descubriréis la típica escena en la que la cámara se aleja y con un zoom amplio del paisaje aparece el logo de la saga mientras suena la fanfarria correspondiente. Bien, pues si atendemos al comienzo real del juego, esta escena debería ocurrir cinco o seis horas después de cuando aparece. La introducción por sí sola alcanza más allá del nudo y desenredo de muchos otros juegos. Con un par de huevos, sí señor.
En dicha presentación tendremos tiempo a manejar hasta tres personajes diferentes; al nota de la capucha (Desmond) ya lo conocemos y, por desgracia, el tiempo que aparece en pantalla estamos deseando que dure lo menos posible, pobre de él. En cuanto a los otros dos, se nos presentará un dilema: a Haytham lo dejaremos de ver justo cuando nos parece un tipo con un carisma arrollador, mientras que al bueno de Connor nos lo tendremos que tragar incluso en varias épocas de su vida, y aunque acaba siendo el asesino más versátil de la historia de la saga, puede que haga que echemos de menos a cierto componente de la familia Auditore.
Se me hace inevitable el recordar tiempos pretéritos del videojuego, aunque reconozco que esto no es ninguna novedad por mi parte. Pero oigan, es cierto: llevo quejándome muchos años de los dichosos tutoriales que tanto se alargan últimamente en cierto tipo de juegos de la actual generación. En esta ocasión, el tutorial abarca casi un cincuenta por ciento del juego, y uno duda seriamente que fuera necesaria tanta parafernalia introductoria.
Lo cierto es que contenido tiene, como el resto del juego; no nos coge de sorpresa el hecho de insertar la labor de la hermandad de asesinos en una porción de la historia, entrelazándose con personajes famosos de la talla de Franklin o Washington, aunque, un poco como pasa con el protagonista principal, se echan de menos secundarios tan potentes como Leonardo Da Vinci.
Y no es casualidad: ha llegado el momento en el que la historia es fagocitada por la vorágine jugable que conforman las múltiples opciones jugables a nuestra disposición. Echando la vista atrás, todos convendremos en el enorme tirón del misterioso argumento del primer Assassins Creed, en el que hizo aguas su jugabilidad por culpa de la rutina que una y otra vez se repetía, cansina.
Con el paso de las entregas, esta rutina se ha ido diluyendo hasta el punto de que en Assassins Creed III, el protagonista puede asesinar de forma silenciosa, combatir en distancias cortas y largas, escoltar personajes, buscar items, cazar animales salvajes, extender su territorio edificando en ellos, fundar un gremio e incluso convertirse en capitán de un barco. No es que la historia haya dejado de ser interesante; simplemente, estamos deseando hacer cosas nuevas sin importarnos demasiado todo el rollo de Abstergo y asociados.
Boston no impone tanto como Venecia o Constantinopla, pero transmite bastante vida, pero mi espacio favorito es la foresta en la que nuestro avatar campa a sus anchas, escalando montañas, atravesando ríos y realizando parkour por las copas de los árboles: a riesgo de parecer cursi, es realmente bonito contemplar el atardecer desde lo alto de una rama mientras esperamos a que nuestra presa salvaje caiga en la trampa que hemos colocado previamente. El motor gráfico se comporta de forma notable, aunque alarma la cantidad de bugs, desde parpadeos hasta cuerpos que se atraviesan, pasando por atascos a lomos de un córcel o desapariciones inesperadas: sin duda, lo peor del juego; sí, la magnitud del mismo es brutal, pero no debe servir de excusa a estas alturas de generación.
Quiero finalizar tocando tres apartados más; el primero, el combate, que al contrario que en Halo, apenas ha evolucionado. Todo se basa en defensa y contraataque, y los añadidos son más de cara a la galería que otra cosa; aún así, sigue resultando divertido, incluso habiendo insertado las armas de fuego como parte importante del mismo.
De segundo, el combate naval, auténtico paradigma del rumbo que ha tomado la saga últimamente. Sobre el papel es un añadido más: de hecho, sólo abarca misiones secundarias que no tenemos que completar de forma obligatoria para acabar la historia. Sin embargo, se han resuelto de forma magistral, proponiendo un reto interesante y divertido, y con un envoltorio visual que merece mi aplauso. Cantidad y calidad.
Y por último, el multijugador, que mantiene las premisas iniciales de convertirse en gato sin acabar siendo cazado como ratón, pero con un diseño de mapas más acertado que en entregas anteriores. Sigue teniendo un peso muy relativo al enfrentarse a la tonelada de horas que promete la campaña, pero nadie podrá negar su empeño en progresar.
En suma, Assassins Creed III exhibe dimensiones gigantescas a todos los niveles; de hecho, peca por exceso si nos detenemos en el excesivo tamaño de su prólogo, o si tomamos lápiz y papel y apuntamos cada bug que nos encontremos. Aún así, la balanza se inclina hacia el lado positivo, con más fuerza que en ningún otro título de la saga. Agrada y asombra a partes iguales, teniendo en cuenta que el ritmo de lanzamientos se equipara a una saga deportiva. Nos veremos en Assassins Creed 2014.
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