Review Fable III

En muchas ocasiones, simplificar las cosas facilita el camino hacia el éxito y la satisfacción. En otras, ocurre todo lo contrario. Como todo en esta vida, depende. Y Peter Molyneux pincha en hueso esta vez con tanta simplificación. Fable III -salvo en su introducción, la fábula del pollo, la cual ya forma parte de la historia del videojuego por méritos propios- no es mejor que Fable II y eso debe dar que pensar a sus desarrolladores.

No puede ser que en un juego que quiera ser catalogado como Rol, la muerte de tu personaje sea una utopía que apenas penalice, el combate se reduzca a una simple elección de pulsar tal o cual botón sin ninguna preocupación de reservas de maná, munición o cansancio; tener un hijo con un NPC es cuestión de ejecutar una y otra vez cierta acción social que puede ser elegida entre sólamente dos opciones previamente impuestas, o el camino a seguir sea siempre marcado por una incansable estela amarilla. A no ser que el objetivo sea el de desempeñar un rol extremadamente simple, con la única elección de hacer algo bien o algo mal de cuando en cuando. A no ser que, al final, Fable III no quiera ni pretenda ser un juego de Rol.

Tomemos esta última premisa, es lo mejor. Así, seguramente podamos disfrutar el juego más de lo que uno pueda llegar a pensar. La verdad que la envoltura artística es muy notable, el diseño rezuma esa magia tan especial y característica de los Fable, con el plus de que la época en la que nos encontramos se encuadra en plena revolución industrial, desmarcándose un poco del colorido de cuento de hadas de entregas pasadas, pero manteniendo su encanto al cien por cien. Lástima, por cierto, que su engine gráfico esté bastante desfasado a estas alturas, capaz de petardear o hacer brotar el popping con demasiada frecuencia.

Por cierto, la historia no está nada mal. Resulta atractivo el reto de encabezar una revuelta que sea capaz de derrocar a nuestro hermano, el rey déspota; pero aún mejor se me antoja tener que ejercer dicho papel una vez que la corona luzca en nuestra cabeza. El argumento enlaza muchos momentos con ese humor inglés marcado y característico, algo que se nos queda un poco a medias por culpa de no poder contar con el doblaje original, donde auténticas glorias vivientes como Sir Ben Kingsley, Stephen Fry o John Cleese, aportando el espíritu Monty Python, coronan uno de los doblajes mejor adaptados a un videojuego, sustituido en esta ocasión por la versión al castellano donde Carlos Latre, evidentemente, pega poco o nada. No es cuestión de quejarse de que este tipo de juegos se traduzcan, sino de que no haya opción a escuchar el genial doblaje original.

La mecánica de juego, por cierto, cambia a partir del momento en el que seamos un Rey, puesto que se entremezcla la jugabilidad habitual de completar misiones, ganar habilidades y reclutar para la causa a un buen puñado de seguidores, con una vertiente algo más estratégica, en la que tendremos que decidir temas económicos, actuando de forma generosa con nuestro pueblo o rompiendo todos los sacos posibles a través de la avaricia. Y es curioso comprobar que el juego, a través de estos argumentos, logra introducir con éxito temas que invitan a la reflexión, como el decidir si la población infantil debe trabajar.

Es entonces cuando Fable III consigue ganar interés, en una recta final contra el reloj que parece apretarnos algo más las clavijas, porque antes de ello prácticamente no existe el reto. Es un juego de niños donde no podemos morir, el combate tiende siempre a la victoria por agotamiento del rival y machaque de botones y la evolución del avatar es un simple canje de monedas por la posibilidad de abrir un cofre en un metafórico camino a la realeza, el cual apenas nos deja especializar ni personalizar las habilidades de nuestro personaje.

La simplificación alcanza esta vez, incluso, a la interfaz, volviéndose totalmente en su contra. Me parece bien que el usuario no vaya a perderse en intrincados menús ni esté obligado a aprendérselos, pero en cambio debemos visitar otra metáfora más, nuestra pequeña «batCueva» en la que nuestro fiel Jasper nos guiará para vestirnos, ver el mapa o cambiar de arma, entrando en varias habitaciones. Al principio es simpático. Pronto nos cansará. Mala señal.

Resulta curioso que encontremos momentos más disfrutables que los que da el propio devenir del guión del juego, si por ejemplo nos dedicamos a investigar el vasto mapeado, ignorando a la cansina estela amarilla y descubriendo tesoros perdidos en alguna caverna solitaria, en compañía de un colega -vía cooperativo on-line- y su perro gemelo. Un botón de muestra de que quizás Fable equivoca algunos conceptos en su implementación, de que podría dar mucho más de sí en el caso de que no tratara al jugador de forma tan simple.

En definitiva, y muchos ya lo habréis notado, para mí Fable III es todo un reto a la hora de analizarlo, más incluso que cuando lo jugamos. Queda demostrado con la disparidad de notas que ha recibido, desde un 5 sobre 5 en HardCore Gamer Magazine hasta un 4.5 otorgado por mi amigo Tonichan en un review absolutamente recomendable. Porque es un juego que varía muchísimo dependiendo de la perspectiva y la actitud con la que lo afrontemos. En cualquier caso, la sensación general es que reúne un conjunto de grandes ideas que en la práctica se podían haber implementado de forma mucho más inteligente, que podría tratar al jugador como alguien mucho más hábil de lo que cree su diseñador jefe, que está completamente distante del género RPG y muy cercano a la aventura, que su humor inglés nos hará sonreír en muchas ocasiones y que la banda sonora es maravillosa. Y sí, me parece peor que Fable II.

Publicado por

Pedja

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