Circulo a buena velocidad por el puente Carranza, enfilando Cádiz como destino de fin de semana tras una larga jornada laboral. Dejo que las ventanas permitan pasar el aire de la Bahía y el aroma del mar inunda el vehículo. A la vez, trato de sintonizar en la radio del coche una melodía cualquiera, y sin darme cuenta, el dial marca 69.2 y comienza a sonar Magical Sound Shower.
La mente comienza a volar transportada por sus mágicas notas y de buenas a primeras, el volante que manejo es el mismo que el de un Ferrari Testarrosa, por mucho que en el salpicadero siga poniendo Daewoo. Mi acompañante no es rubia, sino morena con tonos rojizos. Yo decido, que para eso es mi juego.
Recuerdo entonces aquella noche en la que me convertí en un auténtico lobo cuando salió la luna llena, aunque mi nombre no fuese Sabreman. O todas las mañanas en las que marcho a trabajar para ganarme la vida, tal y como hace el bueno de Ryo en Shenmue. Y el último partido con los compañeros de empresa sobre césped de hierba artificial, donde logré marcar un gol al rebañar un balón suelto tirándome a ras de suelo y, a la vez, visualizando un curioso botón ilustrado con un cuadrado de color rosa.
Sonrío. Hay quien dice que, desde que me conoce, sabe que los videojuegos son mi pasión. Estoy de acuerdo y empatizo con muchas otras personas que comparten dicha pasión por tan noble hobby. De pronto, la sintonía de Out Run deja de sonar. Intento sintonizar de nuevo la radio y suenan las noticias. En la otra punta del globo, alguien mata a un taxista tailandés en nombre de Grand Theft Auto IV. Condenan al videojuego, lo censuran y prohiben su venta. Se unen al veto decenas de taxistas catalanes.
Indignado, vuelvo a cambiar de sintonía. Reflexiono por unos instantes y llego a la conclusión de que la noticia que acabo de escuchar únicamente guarda una relación con el videojuego: una simple y mera excusa. Excusa para algún desequilibrado que se la buscaría en otro sitio si no existiera. Y personas que protestan y censuran. A buen seguro, ninguno de ellos ha vivido nunca las sensaciones que antes recordé.
Vuelvo la mirada hacia atrás y veo a mis dos perros. Pienso en Head Over Heels. Rápidamente consiguen hacer que vuelva a sonreír, mientras la melodía del Sonido Mágico regresa e inunda los altavoces del coche. Al fin y al cabo, no todo el mundo puede permitirse conducir un Ferrari todos los días.