Need For Speed es como un chicle Bang Bang. Vale, igual tienes que tener unas cuantas de canas ya para saber qué demonios son los chicles Bang Bang, pero por si acaso, eran gomas de forma rectangular, las cuales podían durar horas y horas mientras eran mascadas, igualito que los chicles de ahora, que a los cinco minutos ya te has cansado y han perdido por completo el sabor. Total, que Need For Speed se estira, una y otra vez. Decimoctava vez que ocurre, y esta vez, lo masca Blackbox.
Review Need For Speed: The Run
Y Blackbox, reyes en el torneo ficticio de la irregularidad, firman esta vez un producto plagado de debes y haberes, contradicción reincidente en cada volantazo que pegaremos sobre el asfalto de las largas autopistas de Norteamérica. Concretamente, el modo historia nos llevará en una carrera ilegal de San Francisco a Nueva York, perseguidos por gente mafiosa, coches de policía, contrincantes con mala leche y alguna que otra buenorra de postín.
Por desgracia, el concepto de la historia es tan aprovechable como desaprovechado. Y es que no se me ocurre mejor itinerario ni trasfondo que todos esos kilómetros de autopista norteamericana, con multitud de entornos distintos por los que el juego fluctuará con una conducción que tira mucho hacia lo arcade, pero que a veces se vuelve bastante exigente, sobre todo a la hora de tomar algunas curvas, en las que ni el derrape nos salvará del inevitable retroceso, tan de moda últimamente.
De hecho, y salvando muchas distancias, un auténtico clásico imperecedero como Out Run basaba parte de su encanto en esta filosofía; bien, compararse de alguna forma con el arcade de los arcades no puede favorecer a prácticamente ningún juego, así que no iré por ese camino. En cambio, diré que The Run no responde nada mal al patrón de manejo que propone, y que incluso ese punto de simulación en algunas maniobras como los giros cerrados no le viene mal, entremezclándose con el aroma a lo Burnout que otorga la barra de Nitro, en aumento si realizamos conducción temeraria.
Es más, el aspecto visual del juego luce bastante; de hecho, es la iluminación lo que más destaca, en parte deudora del excelente engine Frostbite 2, que tan buen resultado ha dado hace poco a DICE en Battlefield 3. Tanto en parajes nevados como rocosos, diurnos o nocturnos, amanecer o atardecer, el juego se comporta de manera notable y a una velocidad palpable, dando buenas sensaciones en este sentido a pesar de no correr a los 60 FPS, algo que debería ser inherente a cualquier juego de carreras que se precie.
Y entonces es cuando llegan las malas noticias. Bueno, llegan entremezcladas con la novia de Cristiano y su amiguita que no le va a la zaga, que intentarán hacer que no le echemos cuenta a los absurdos Quick-Time-Events que se ven de vez en cuando en el modo historia; yo no digo que no encajen en un juego de conducción, que igual sí; digo que no aportan nada a la filosofía jugable de la historia de The Run, historia mil veces vista, tremendamente corta y escasamente variada. Se dice por ahí que los QTE son vestigios de la fórmula original, que pretendía acercar un porcentaje mayor de acción en tercera persona al juego, y que se desterró casi por completo. Aún peor me lo ponen si es así.
Cuando queramos darnos cuenta, en poco más de dos horas nos habremos volteado el juego, quedándonos el pique que siempre aviva el Autolog para cada tramo, recordándonos a cada momento que nuestros amigos nos llevan ventaja en tal o cual recorrido. Quizás acaba sabiendo a poco, máxime cuando el multijugador tampoco logra enganchar lo que se esperaba, sufriendo de latencias variadas y escasez de competiciones.
Pero me guardo para el final una de las peores decisiones de diseño que recuerdo en la presente generación; he hablado de las repeticiones, ya sabéis, me estrello y activo un Flashback que retrocede en el tiempo unos segundos para evitar el desastre. Aparte de que los tiempos de carga en este sentido son estrepitosamente altos, lo que no puede ser comprensible es que, en multitud de ocasiones, el juego me hace gastar un Flashback si me salgo de la carretera y piso el arcén, ¡en lugar de dejar que yo mismo vuelva a la calzada!
Arcén que por cierto, en muchas ocasiones, es tremendamente ancho: esto conlleva al incomprensible desastre, causando que no podamos atajar, ni adelantar por el arcén; conlleva el cabreo, la pérdida de ritmo de juego y una de las mayores contradicciones del juego, arruinando de esta manera su buena puesta en escena. El maillot de la irregularidad de Blackbox, en definitiva.
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