Viernes noche, perfecto momento para cine, película y palomitas, en la mejor compañía posible. Dicho y hecho, la sala en la que entramos esta vez proyectaba Retratos del más allá, remake de la tailandesa Shutter. Tras comprar los tickets telemáticamente, nos asomamos a un filme que enarbolaba con orgullo la vitola de tener idénticos productores que The Ring y La Maldición. Hay que decir que estas dos películas fueron todo un pistoletazo de salida para la corriente de terror japonés que, sinceramente, ya cansa hasta la extenuación. Es muy fácil factorizar este tipo de películas. Veamos: argumento irrelevante o demasiado paranoico, sucesión de desastres y un Pandemonium con un avatar más visto que el tebeo.
Este avatar no es otro que la típica mujer japonesa de tez pálida, cabello negro como la pez, a la vez que largo y desaliñado, y un pijama blanco de guatiné. Reconozco que en The Ring causaba miedito, y que la variante ‘sapo’ de La Maldición se introdujo en mis peores pesadillas, sobre todo en aquella magistral escena -vista en su segunda entrega- donde la infeliz víctima miraba debajo de su sábana y encontraba allí a la insidiosa criatura. Joder, eso no vale, que nuestra cama se supone que siempre vale como «lugar seguro».
Total, que habrá que regresar a Retratos del más allá. Como no podía ser de otra forma, la raíz del mal parece que ha criado en una aparición con el aspecto que todos imaginamos. Una pareja recién casada viaja a Tokyo por motivos laborales, y comienzan a ver extrañas formas en las fotos que realizan. Para colmo, el tío es fotógrafo de profesión. Eso es mala suerte. Pues nada, que habrá que tirar del hilo para saber de dónde provienen los sucesos paranormales. La chica (Rachael Taylor) es la que lleva la iniciativa, seguramente porque su marido (Joshua Jackson) tenga algo más que decir en la historia. Por cierto, que el Joshua este es clavado al protagonista de Dead Rising. A ver si se animan a llevar el juego al cine, y que no me lea Uwe Boll.
Sólo voy a destacar un par de minutos de la película: el protagonista se queda completamente a oscuras y su cámara se vuelve loca, tirando flashes a diestro y siniestro. La toma resulta hipnótica, vislumbrando cómo la espíritu se va acercando al desdichado fotógrafo. Y poco más. Lo que vemos en la película es una sucesión de «clichés de terror japo» a los que ya hemos asistido millones de veces. Los giros argumentales son totalmente previsibles, los sustos en los que se sube intencionadamente el volumen ya huelen… En fin, que no dudo que Iker Jiménez patrocinase encantado la película y mandara a analizar las Polaroid utilizadas, pero lo cierto es que os recomiendo encarecidamente que paséis de ella. El mayor miedo que pasaréis será al pagar las entradas…