Para comenzar el año, vuelvo a echar la vista atrás, concretamente hacia los salones recreativos, los cuales, tras gastar un almanaque más, siguen perdurando en el recuerdo de los que pudimos disfrutarlos.
Conste que en 1984 yo sólo contaba con cuatro años, aunque muchas de las máquinas que voy a referenciar en el presente artículo las jugué en alguna cafetería cutre del centro de Cádiz, un par de años más tarde. Mientras el abuelo se tomaba su café vespertino, qué mejor forma de liquidar veinticinco pesetas que echarnos una partida a uno de estos incunables. Por mucho que esos cinco duros únicamente durasen un puñetero suspiro, algo que ocurría en más ocasiones de las que mi querido abuelo pudiera haber imaginado.