Remontémonos a la década de los 80. Concretamente, el viaje se realiza a los salones recreativos de la época. El Delorean equipado con condensador de *fluzo* que tenemos alquilado en el PixeBlog se pone en marcha con un nombre bien grande inscrito en el panel de mandos: Ninja Emaki. Y para centrarse un poco más, una pista: Nichibutsu.
Aunque los nipones de Nichibutsu comenzaron clonando máquinas de éxito como Space Invaders o Galaxian, pronto tomaron la iniciativa en el campo de los shoot’em-ups espaciales. El primer eslabón de la cadena puede llamarse, tranquilamente, Moon Cresta. El segundo, Terra Cresta. El tercero, y en mi opinión una auténtica joya del género.
Y uno de los objetivos que me propuse a la hora de escribir este blog, aparte de ser rico y famoso, consiste en sacar a la luz juegos que quizá no llegaron a ser demasiado conocidos en su día –al menos, en lo que a nuestro ámbito respecta- y que, como suelen decir algunos libros sensacionalistas, merecen ser jugados antes de morir. O ser jugados hasta la muerte.
En cualquier caso, corría el año 1986 cuando Nichibutsu lanzó Ninja Emaki. El planteamiento era ligeramente distinto al del típico shoot’em-up contemporáneo; en lugar de navecita, manejábamos a un guerrero con coleta montado en una nube voladora. Es posible que a muchos de los lectores les venga a la cabeza Son Goku y su nube Kinton, pero la verdad es que tampoco hay muchas similitudes más con la obra de Akira Toriyama. Nuestro protagonista pasaba de KameHameHas, valiéndose como arma principal de un arco que disparaba proyectiles rápidos y eficaces.
Demonios y criaturas del averno nos asediaban durante la primera fase, en realidad la única donde el protagonista ‘pilotaba’ la famosa nube. El resto de fases optaban por una metodología jugable del estilo ‘Commando’ de Capcom, pero con una ambientación plagada de parajes orientales. El señor Emaki aguantaba tres impactos antes de morir, y su pelo se volvía rubio cuando le alcanzaban. Para poder defendernos de las oleadas de enemigos, de vez en cuando encontrábamos un pergamino rojo que nos otorgaba poderes mágicos durante unos segundos.
Existían ocho tipos de magia, a cual más espectacular. Desde un potente láser hasta una ola destructiva, pasando por cañones, remolinos protectores o, incluso, dos compañeros que disparaban a la vez que nosotros para aumentar nuestro poder aniquilador. Tanto el diseño de las magias como el de los enemigos rayaban a gran altura, sobresaliendo los jefes finales.
En suma, Ninja Emaki ofrecía acción sin descanso, un diseño atractivo implementado con una notable técnica y una mezcla de géneros que insuflaba frescura al género de las ‘naves espaciales’. En el Bar Jamón, justo debajo del colegio donde cursé la EGB, permaneció en una vieja máquina durante unos meses. No volví a verlo, pero quizás, después de leer el artículo, te entren ganas de probarlo en el MAME. Entonces, mi objetivo se habrá cumplido.