Cada año, los días de fiesta de nuestro calendario laboral fluctúan alrededor de siete posibles ubicaciones semanales, y todos los curritos, seamos o no creyentes, rezamos todo lo fuerte que podemos para que el ansiado color rojo tiña la L de Lunes o la V de Viernes.
Así, el pasado doce de octubre decidí celebrar la Hispanidad visitando una de las colonias más importantes de la Hispania romana: la antigua ciudad de Emerita Augusta, o como ha llegado a nuestros días, Mérida. Fundada veinticinco años antes de que Cristo naciera, esta importante colonia alcanzó un notable esplendor debido a su inmejorable ubicación, con el cauce del río Guadiana a sus pies y la famosa Vía de la Plata, teniendo al alcance de su mano dicha ruta comercial.
En Mérida, donde un día fueran destinados los soldados eméritos que colgaban las botas -y la espada- tras combatir en la legión romana, aún pueden verse grandes trazos de lo que un día se dibujó como un imponente imperio, dando la oportunidad al turista curioso de observar los vestigios de edificios de la época como el Teatro, el Anfiteatro o el Circo Romano. Me quedo con este último para llegar a expresar la opinión que zumbaba en mi mente desde que lo visité hace un par de días.
El Circo Romano era un recinto de aspecto ovalado destinado a albergar carreras de cuadrigas, aquellas que popularizara William Wyler con su majestuoso filme Ben-Hur en 1959. La esbelta figura de Judah, el aristócrata judío que encarnara Charlton Heston, dirigiendo sus caballos en pos de la victoria final, permanece en las retinas de todo buen aficionado al cine.
Resulta del todo impresionante comprobar cómo en la ciudad emeritense se conserva buena parte del Circo que fuera construido en dicha ciudad hace siglos y siglos. Así, con un poco de imaginación, podremos ejecutar una aventurera ensoñación que nos llevará a vislumbrar a los aurigas luchando codo con codo para alcanzar la meta sin perder la vida. A ello puede ayudarnos cierta proyección que se emite en el recinto, la cual rememora dicha época mediante una animación por ordenador.
Además, de forma complementaria, la Junta de Extremadura pone a disposición del visitante una serie de láminas informativas en las que se esboza cómo era aquel Circo originalmente, así como varias referencias culturales que han reflejado durante el siglo XX tal disciplina. Entre tales referencias figura la mencionada película Ben-Hur y un videojuego que me llamó la atención debido a mi total desconocimiento hacia su existencia.
El juego en cuestión se denomina Circus Maximus: Chariot Wars y fue lanzado para las videoconsolas Xbox y Playstation 2 en el año 2002. Programado por la compañía norteamericana Kodiak Interactive, este arcade recreaba competiciones de cuadrigas en las que tales vehículos se salían del estadio ovalado y recorrían otros parajes más agrestes y coloridos. No lo he probado, pero la verdad es que a la vista de los vídeos que he podido visualizar, no tiene mala pinta.
Como ya habréis adivinado, mi intención no es, en absoluto, la de hablar de Chariot Wars, sino de asombrarme -de manera negativa- por el simple hecho de que los responsables de colocar estas láminas informativas hayan preferido recordar el juego americano en lugar de citar a un programa de entretenimiento que fue parido en nuestro propio país en el año 1988. En efecto, me hubiera encantado toparme con una reseña visual y textual de Coliseum (Topo Soft), programado por Eugenio Barahona, con gráficos de Ricardo Cancho y música del maestro César Astudillo «Gominolas». Quizás una ensoñación en vídeo como la que os compongo e inserto a continuación…
Pero no fue así, y he aquí, una vez más, la cuestión: la historia del videojuego español debe ser recordada, reivindicada y difundida por todos nosotros. Como es lógico, no podemos comparar la trascendencia ni la importancia de nuestro software lúdico con otros sucesos históricos acaecidos en nuestro viejo país -valga como prueba, por ejemplo, la relevancia de Emerita Augusta como colonia romana-. De hecho, la comparación apenas tendría sentido. Pero ello no debe ser óbice para que caiga en el olvido. A los hechos me remito. Por mi parte no va a quedar, desde luego. Por la tuya, lector, estoy seguro que tampoco.
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