En el año 1986, Domark publicó una creación informática de Oxford Digital para ordenadores de 8 y 16 bits. Sin embargo, algo había de singular en este programa. No tenía acción, al menos explícita; tampoco existían plataformas que saltar, carreteras que atravesar… ni siquiera marcianitos descendentes que pudieran destruir nuestra nave espacial. Nada de eso; nuestro único enemigo se materializaba en forma de preguntas de cultura general, y en un simpático/odioso -según gustos- personaje que formulaba las cuestiones. Trivial Pursuit pasaba del tablero a tu ordenador. No era cualquier cosa, no.
La licencia del popular juego de mesa de Horn Abbot International y Hasbro tenía el peso suficiente como para asegurar un buen número de ventas, dado el carácter familiar del videojuego y la posibilidad de participar hasta 8 jugadores en una partida de Trivial, turnándose para responder preguntas e intentar conseguir los seis quesitos en juego.
Todo estaba dispuesto para el divertimento del grupo de jugadores: tenían su nombre propio y sus estadísticas de acierto de preguntas, tanto en general como en cada tema específico, para saber quién era el as del deporte o el sabelotodo del arte y la literatura, por ejemplo. Lo malo es que como quedaras el último te lo iban a refregar una y otra vez. Era el riesgo que había que correr. Bueno, en realidad no era el único, por culpa del personajillo preguntón, el TP.
TP es una especie de muñegote profesor que se encarga de tirar el dardo para ver cuánto avanzas en tu turno, y presentarte luego desde un cálido salón la pregunta en cuestión. Al principio parece graciosote, puesto que nos hace las preguntas mirándonos a través de la pantalla –rompiendo la famosa «cuarta pared» de los videojuegos- y dejándonos un tiempo límite para pensarnos la pregunta. Luego nos decía la respuesta y nos preguntaba de forma cándida y amable si la habíamos acertado. Si decíamos que sí, nos hacía la pelota, pero si le respondíamos No, nos castigaba vilmente.
Este proceso se prestaba, evidentemente, a la trampa y el cartón, puesto que podíamos responder siempre que sí sabíamos la respuesta y acabar el juego rápidamente, aunque claro, esto no era muy divertido, excepto cuando nuestros colegas se despistaban y pulsábamos el «Sí», con el consiguiente cabreo y pajarraca. Para colmo, si nos pensábamos demasiado la respuesta, se ponía a dar pisotones en plan desafiante. ¡Pero quién demonios se ha creído! Total, que lo desactivábamos y a hacer puñetas.
Aún así ,el juego tenía detalles bastante buenos; lo mejor, sin duda, la variedad de tipos de preguntas, ya que no se limitaba a formular cuestiones textuales, sino que existían preguntas gráficas y sonoras. Así, en las primeras las luces se apagaban y se encendía un retroproyector que ilustraba una imagen, sobre la cual nos preguntaban. Recuerdo la pregunta donde salía un logo invertido de la marca Mercedes algo extraño, y nos decían ¿Qué le ha pasado al Mercedes? La respuesta era que estaba al revés. Generalmente eran preguntas curiosas y de percepción, más que de cultura. Con las musicales debíamos reconocer himnos, canciones famosas y otras melodías, mientras el dichoso preguntón bailaba al son de la música. Impagable
Domark consiguió enganchar a la familia con el videojuego oficial de Trivial Pursuit Edición Genus. El diskette de Amstrad CPC ofrecía en su cara B la posibilidad de cargar nuevos bloques de preguntas, algo que alargaba bastante la vida del juego. Pobre de aquel que borrara por equivocación dicho diskette, como le pasó a cierto colega de la infancia -ju, ju-. Un didáctico recuerdo para este Trivial Pursuit. Eso sí, al TP ni le saludo.