Hoy volvemos a abrir The Orange Box. Y no me refiero al armatoste de router que te regalan al pillar cierta oferta de ADSL + llamadas, sino al pedazo de pack que se han marcado los de Valve, que no se conforman con extender –para bien- la historia de Gordon Freeman, sino que ahora también amenazan con revolucionar el género puzzle. Hoy jugamos con Portal.
Pero remontémonos hacia atrás en el espacio-tiempo de los videojuegos, que para eso estamos en un blog que rinde culto a los retrogames. El género del puzzle/habilidad es más viejo que andar hacia delante; en los salones recreativos de los ochenta y principios de los noventa, podemos recordar máquinas gastadas hasta el tuétano haciendo correr programas como Puzznic, Gals Panic o Puzzle Bobble, por citar tres juegos famosos, cada uno en su época.
Con el tiempo y el avance tecnológico, resulta evidente que las compañías punteras de software han dejado de lado a este tipo de videojuegos, apostando por géneros más multitudinarios como la acción o el deporte. Por ello sorprende a primera vista que Valve haya elegido a Portal como uno de los pilares de su flamante producto anaranjado.
De hecho, la historia también tiene su intríngulis: Valve puso a prueba a unos cuantos programadores que habían realizado un experimento llamado Narbacular Drop en forma de videojuego de habilidad. Tras una pequeña demostración en sus propias oficinas, mister Gabe Newell no dudó en ficharlos. Se estaba gestando lo que hoy se denomina Portal. ¿Y qué diablos es Portal? Una tarta para el que responda correctamente.
Interconectando espacios
Portal es, en esencia, un juego de agilidad mental. Naturalmente, esto choca con la perspectiva utilizada en primera persona, idéntica a la utilizada en Half-Life 2. En Portal no hay que pegar tiros, aunque sí debemos destruir ciertos objetos puntualmente. Y todo lo haremos mediante la apertura de portales.
El entorno en el que nos sumerge el juego recuerda bastante a películas de ciencia-ficción como Cube. Habitaciones estrechas, frías y con salidas aparentemente inaccesibles. Y por encima de todo, una voz metálica que nos habla en todo momento. Sus cambios de entonación y sus enigmáticas frases supuran humor negro y muchas ganas de desviar nuestra atención. En realidad nos pone a prueba en todo momento. Al fin y al cabo, esto es un experimento con un humano como cobaya.
Para completar el experimento y de paso sobrevivir, debemos ir superando habitación tras habitación. Para ello hay que accionar diferentes mecanismos de apertura de puertas, pulsar interruptores o destruir torretas de vigilancia. La base para resolver el puzzle consiste en abrir dos portales, uno de color naranja y otro azul, los cuales se interconectan uno con el otro. Es simple de explicar, pero la complejidad que puede llegar a derivar en el planteamiento de los niveles es digna de alabanza.
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Por poneros un ejemplo, en una de las fases debemos alcanzar un cubo que está situado en una plataforma elevada, imposible de alcanzar mediante el salto. Nada más sencillo que abrir el portal A en el techo, justo arriba de la plataforma que contiene el cubo. El siguiente paso, crear el portal B en el suelo. Tras ello, basta con dejarse caer por B para llegar al cubo a través de A. Ingenioso y fríamente calculador.
El mayor defecto de Portal es que desperdicia muchos niveles para ejercer de tutorial de cara al jugador. Sin embargo, las habitaciones finales funcionan como letales mecanismos cuya única función es estrujarnos el coco. La voz metálica y extraña, prometiéndonos una y otra vez un trozo de tarta como premio. La banda sonora, misteriosa, muy cercana a la de la referencia fílmica Cube. Y Portal, una demoledora demostración de creatividad. Aún pueden crearse juegos de puzzle que asombren técnica y conceptualmente. Una vez más, Valve ha sabido adelantarse al resto. Sólo queda aplaudir.