Tras probar la copia final de Bioshock, os presento a continuación mi particular análisis sobre la obra de Irrational Games, ahora 2k Boston y 2k Australia. Coged aire, respirad hondo. Es hora de sumergirse en la misteriosa ciudad de Rapture.
Dicen que una buena película debe comenzar siempre con un objetivo muy claro: sorprender al espectador. Unos cinco primeros minutos que logren abrir la boca del público y enganchar sin remisión al resto del filme. Bioshock tiene mucho que ver con una película, y como tal, impresiona desde el principio. Nuestro protagonista sufre un accidente aéreo y cae al agua. Llamas, el avión hundiéndose y un misterioso faro al que aferrarse. La llave para entrar en Rapture.
Un ascensor nos introduce en una batisfera donde vislumbramos por primera vez la ciudad sumergida, mientras su visionario creador nos cuenta lo que pretende conseguir en Rapture y una terrorífica partitura de violines rasgados envuelve la escena. Un momento cinematográfico que muchas películas querrían para sí mismas. Y el objetivo conseguido: Bioshock nos ha capturado desde el primer momento.
El código genético de Bioshock
El juego se asienta bajo los fundamentos básicos de un shooter en primera persona. Esto es, acabar con todo rastro de comportamiento hostil que nos pueda hacer daño. Sin embargo, Bioshock agrupa una serie de características que lo sitúan muy por encima de la media del género. Lo primero que quiero destacar es lo que más salta a la vista: la dirección artística.
Miles de bocetos y folios garabateados durante varios años han desembocado en la construcción de Rapture y sus habitantes. Entornos industriales entremezclados con múltiples rasgos de identidad de los años cincuenta, y como nexo de unión, el agua mejor simulada en toda la historia del videojuego. La historia principal de Bioshock ramifica en varias subtramas y en numerosas personalidades que investigar y descubrir. Trazos dignos de un juego de rol, pintados a través de la experiencia que dan juegazos como System Shock 2.
El Unreal Engine 3 funciona como un sólido esqueleto para tal explosión artística; tanto un PC -a la última, eso sí- como una Xbox 360 harán funcionar al juego con fluidez, con texturas de calidad bañadas inteligentemente con luz u oscuridad, dependiendo de lo que nos quieran mostrar en cada momento. Porque en Bioshock también hay lugar para los sobresaltos, sabiamente escogidos. Por ejemplo, el que te puede proporcionar un inmenso buzo que rezuma vapor y posee una fuerza brutal. El Big Daddy.
La misión de dicho grandullón, auténtico icono de Bioshock, es proteger a las Little Sisters, pequeñas niñas de aspecto inocente y a la vez siniestro. La simbiosis que se produce entre ellos es otro de los grandes logros del juego. Pero retomando el tema de los sustos, hay que abordar un aspecto que juega un papel fundamental: el sonido.
Porque si el apartado visual es de notable alto, el conjunto sonoro es inmejorable. La banda sonora logra hacernos estremecer una y otra vez, el doblaje de todos y cada uno de los personajes del juego es absolutamente profesional y el amplio espectro de efectos de sonido encajan, pieza por pieza, como una máquina perfectamente engrasada, acoplándose a cada fotograma del juego. Sin embargo, el triángulo mágico quedaría cojo si fallase el tercer vértice, la jugabilidad.
Ponga un plásmido en su vida
Conforme avancemos en la aventura, nuestro personaje encontrará una buena cantidad de armas de fuego, típicas de mediados del siglo pasado, como recortadas o revólveres. Sin embargo, resulta mucho más divertido sacarle partido a los plásmidos y su interacción con el entorno. Y es que una de las invenciones de Andrew Ryan, el creador de Rapture, fueron las modificaciones genéticas en seres humanos. Más que eso, su gran hazaña fue ponerlas a disposición del consumidor como si fueran latas de refrescos. Ya descubriréis que esta metáfora es muy cercana a la realidad del juego.
Así, disponemos de un medidor de salud y otro de Eve, el cual nos permitirá utilizar los ‘poderes’ adquiridos mediante los plásmidos. Ahora bien, ¿cómo conseguimos dichos poderes? Para ello, necesitamos implantarnos el código de genes correspondiente a base de pinchazos. El material que ejecuta ‘mágicamente’ el proceso se llama Adam, y es el objeto de deseo que, como si del Anillo Único se tratase, corrompió a todos los habitantes de Rapture.
Tenemos armas de fuego, tenemos ‘súper-poderes’… y además un tercer elemento: hackear mecanismos. Mediante un ingenioso mini-juego que nos recuerda al clásico PipeMania podremos hacernos con el control de las máquinas que se encuentran en Rapture. Las más útiles suelen ser las torretas de defensa o los robots centinelas, los cuales podemos poner a nuestro servicio para defendernos.
Así pues, la jugabilidad se asienta sobre pura acción, aderezada con dosis de inteligencia e imaginación a través del uso de máquinas y la combinación de plásmidos y entorno. Puedes utilizar un lanzagranadas de igual forma que puedes freir a un splicer enemigo chamuscándolo con una bola de fuego y posteriormente electrificando el agua en el que el pobre diablo se sumerja para refrescarse. La amplia variedad de poderes genéticos y tipos de armas de fuego multiplican las posibilidades de juego, haciendo que cada partida sea distinta a la anterior.
Y dejo para el final algo digno de reseñar y que pocas veces nos encontramos en nuestro mundillo. Bioshock nos muestra un conflicto latente en los habitantes de Rapture. Su instinto de supervivencia y sus historias personales nos da mucho que pensar y reflexionar. Y en el momento cumbre, cuando logramos destruir a un Big Daddy, nos da a elegir entre dejar escapar a la inocente Little Sister o extraerle hasta la última gota del Adam, crucial para poder conseguir todos los plásmidos. La decisión moral es tuya.
Conclusión
Bioshock sobresale en todos sus aspectos. No le hace falta ningún modo multijugador para ser completo. Múltiples formas de afrontar sus retos, una dirección artística ejemplar, digna de la mejor película, que forma un todo unida a su jugabilidad y rejugabilidad. Una historia que nos hará pensar sobre el destino de la humanidad y sobre nuestra propia moral. O lo que es lo mismo, y se resume en una sóla frase: un clásico instantáneo e imprescindible.