Acababa de tomarme el primer café de la mañana y me encontraba abrillantando el caparazón, cuando el Sr. Pedja me comunicó que teníamos “pase de prensa” para acudir a la presentación de la nueva consola PlayStation 4. He de reconocer que mi interés se acrecentó sobremanera cuando fui debidamente informada de que en tal evento habría servicio de catering.
Puntualizar antes que nada, que mi única experiencia y contacto previo con PlayStation 3 tuvo lugar hace unos meses al intentar ver una película en Blu-Ray (pero es un incidente que no viene al caso en este momento; y que la consola, el dueño de la misma y yo preferimos olvidar).
Pues bien, la presentación tuvo lugar en un hotel del centro muy requetebonito. Para empezar, y a pesar de haber sido invitada al evento, me sometieron nada más entrar a tres pruebas cual Indiana Jones en La última cruzada.
La primera, una prueba de autocontrol. La azafata me tendió una tarjeta y me indicó que yo formaba parte del “grupo 5”… conseguí obviar la correspondiente rima y le di las gracias amablemente.
La segunda, test de agudeza visual y recursos. Nos sentaron en un sofá, y nos pidieron que rellenáramos nuestros datos en la dichosa tarjetita. A oscuras. Y sin bolígrafo.
La tercera, prueba de ingenuidad y pureza de corazón. Consistía en depositar las tarjetas en una urna, y confiar plenamente en que uno de nosotros sería bendecido con una PlayStation 4.
Una vez demostrado que eramos dignos merecedores del derecho a asistencia, comenzamos el tour. Por turnos fuimos subiendo en ascensor y conducidos a una sala con proyector. La película fue demasiado corta para mi gusto, y el argumento algo confuso. No tengo muy claro si era comedia o no, pero mis compañeros de sala se reían de vez en cuando. Yo no pillaba los chistes (puede que por cuestión del idioma, de vez en cuando pasaba del castellano al klingon. Sin subtítulos ni nada.).
Después de la peli pasamos un poco de miedo, porque nos separaron y empezaron a llevarse a gente no sabíamos a dónde. Busqué salidas alternativas sin éxito,y la puerta estaba vigilada. Finalmente me tocó el turno, pero no estaba sola. Quedaban dos supervivientes más, que se convirtieron en mis fieles compañeros de aventura. A partir de ese momento, comenzaron a experimentar con nosotros.
Pasamos por delante de los bollos y sandwiches y nos metieron en una habitación. Había varias consolas, y nos dijeron que jugásemos. De vez en cuando aparecía alguien y nos hacia fotos o nos grababan. Muy extraño todo. El juego no me gustó, trataba de un muñeco hecho con trozos de chatarra y que iba aumentando de tamaño o encogiendo según se enfrentaba a distintos enemigos.
No dejaba de pensar que si el muñeco se metiera en ciertos barrios que yo me sé, lo dejaban en el chasis en menos de 5 minutos. Un rollo.
Se acabó el tiempo (no se quién lo controlaba). Vinieron a por nosotros, pasamos de nuevo por delante de los bollos y nos metieron en otra habitación. Una experiencia horrible. Aparecieron en la pantalla una treintena de robotitos supermonos y no paraban de decirnos ¡pégales, pégales! Me obligaron a darles manotazos y patadas durante 15 minutos, hasta que decidieron que mi tortura había durado bastante.
Otra habitación. De nuevo sin poder tocar los sandwiches. Esta vez fue una especie de control de dopaje pero al contrario. Había que dirigir una cometa de colores con forma de espermatozoide, pero si no ibas fumado no eras capaz de hacerlo. Mis compañeros empezaron a desesperar y alguno intentó escapar por la ventana del baño. Visto que no entendíamos la esencia del juego, considerado por otra parte una obra de arte indie, solicitamos pasar de fase hacia la siguiente habitación.
Y nos liberaron. Lo siguiente ya pasó muy rápido para mí. Hicimos una carrera de coches, que quedaron hechos un cristo. Curiosamente en esa sala solo nos dejaron cinco minutos de porquería.
La ultima habitación también fue un golpe duro. El juego iba de piratas, pero nuestro vigilante no nos dejaba jugar. No soltaba el mando ni a la de tres, y cuando por fin nos dejó ya se nos habia acabado el tiempo con el consiguiente mosqueo de mis compañeros de fatiga. Yo también me enfadé, pero porque no me dejaron llevarme un patito de goma que había en el cuarto de baño.
Después de eso, nos volvieron a reunir a todos en un patio muy chulo con vistas. Empezaron todos a hablar klingon entre ellos. Y yo, me comí los bollos. Final feliz después de todo.
Extracto extraído -valga la redundancia- de la famosa obra no publicada ‘Crónicas de una tortuga alternativa’