Si a finales de los años ochenta queríamos enchufar nuestro ordenador personal en pleno verano, de manera que nos refrescara aunque fuera un poquito, e incluso pudiéramos tomar el sol y coger algo de color mientras jugábamos a algo, qué mejor que abrir el reproductor de cassette, ponernos las gafas de sol, el bañador, inflar nuestro neumático preferido y lanzarnos a tumba abierta por los rápidos de Toobin’.