Mi opinión sobre Super Mario World es clara y rotunda: se trata del mejor videojuego de plataformas de la historia. Pues mira que bien, diréis; cada uno tendrá su propia opinión, y todas son válidas e igualmente respetables. Pero es conveniente que vayan fundadas y asentadas sobre una o varias razones. Las mías, en este caso, son las siguientes…
Super Mario World propone una jugabilidad sencilla y directa, donde controlar al fontanero bigotudo es fácil, pero cuesta lo suyo aprender a dominar sus técnicas estrella -en este caso, volar mediante el ítem de la pluma-, así como ajustar los saltos más arriesgados. Este párrafo se hace imprescindible, pero no es novedoso, porque se podría aplicar perfectamente a Super Mario Bros 3 -sustituyendo a la pluma por el traje de mapache volador- e incluso al Super Mario Bros original: un sistema de control perfecto e indispensable para lograr el éxito.
Pero lo que hace a Super Mario World realmente grande no es su control, su jugabilidad ‘made in Shigeru Miyamoto‘ o su diseño de mundos y personajes. Lo mejor del juego radica en sus secretos. Obviamente, podemos finalizar el juego y derrotar a Bowser sin destapar todos sus extras, pero estaríamos desperdiciando así todo su encanto. Lograr descubrir los 96 niveles de que consta Super Mario World es una experiencia que nadie deberia haberse perdido -siempre está tiempo gracias a la emulación- y que consigue algo realmente difícil: hacer que sus extras lleguen a formar una parte esencial del conjunto final.
Y es que descubrir la salida alternativa en una fase del juego no significaba tomar un atajo rápido hacia el final, como ocurre en los demás juegos de Mario. Vale que fue una revolución aquel Warp Zone de Super Mario Bros, tuberías relucientes que nos transportaban a mundos avanzados. Incluso el silbato del Mario Bros 3 se queda en nada comparado con las rutas escondidas de Super Mario World. Aquí, encontrar la mágica llave en un nivel marcado con rojo significaba abrir puertas hacia lo desconocido.
Así se identificaba una fase con salidas escondidas: un punto rojo en el mapa. Esto quería decir que, en algún recóndito lugar, existía una llave, y en otro sitio -que no tenía porque ser el mismo- un ojo de cerradura donde dicho artefacto encajaba. En ese instante completábamos el nivel y se destapaba un camino hasta ahora oculto en el mapa. Dicho camino nos llevaba a mundos nuevos. En ocasiones terminaba por atajarnos a zonas más adelantadas, en otras, simplemente, alargaba la vida de este maravilloso cartucho. Y siempre se mantenía el alto nivel en el diseño de todas y cada una de las fases, haciendo indispensable descubrir uno por uno todos los secretos.
Y es que no cabe duda de que, aparte de lograr presentar en sociedad al carismático dinosaurio Yoshi, Super Mario World consiguió lanzarnos un reto tras otro en forma de pasadizos escondidos y llaves ocultas. La sensación que provocaba descubrir la salida secreta no tiene parangón. «Ahí está la maldita llave, si yo sabía que volando podía llegar hasta allí». Pues claro. Sólo Mario podía conseguirlo, con la inestimable ayuda de cierto japonés que, un buen día, le dió por encargar a un humilde obrero la tarea de salvar a su chica. Y esto es algo que debemos agradecerle eternamente.